Apenas dieron las seis, Alejandro llegó. Encontró a Luciana sentada en el sofá, como si lo hubiera estado esperando.
—Luciana, ya estoy aquí.
Dejó el saco en el perchero y fue directo hacia ella, con el impulso de abrazarla. No obstante, Luciana alzó la mano para frenarlo y señaló el sillón de enfrente.
—Siéntate allí.
Al ver su semblante serio, Alejandro dedujo que ella tenía algo importante que decir. Se aclaró la garganta y se sentó frente a ella, adoptando una expresión serena.
—¿Ocurrió algo?
—Sí… —contestó Luciana en un tono neutral. Tomó una carpeta de documentos a su lado y extrajo un par de hojas que colocó delante de él—. Aquí está el acuerdo. Ya lo firmé. Léelo y, si estás de acuerdo, también puedes firmar. Después lo llevamos al Registro Civil y obtendremos el certificado.
“¿Acuerdo?”
Los ojos de Alejandro se afilaron. Tomó los papeles y, para su sorpresa, leyó en negritas: “Acuerdo de Divorcio”. Lo sujetó con fuerza; era una simple hoja donde se estipulaba la disolución de