Si Alejandro empezaba sospechar, tarde o temprano descubriría la verdad.
Mónica apretó los puños. Sabía que Alejandro la protegía por la vieja amistad de la infancia, pero no podía garantizar que fuera incondicional.
—De acuerdo… —dijo al fin, tras un breve silencio donde calculó mentalmente sus opciones—. Tendrán su dinero.
El par de hombres se miraron satisfechos.
—Pues claro, ¿no era más fácil desde el principio? Gracias por tu generosidad, señorita Soler.
—Pero… —añadió ella, todavía con la mandíbula tensa—. Si les pago, sus bocas deben mantenerse cerradas. Si, por alguna razón, algo llega a salir mal…
—Tranquila —contestó el flacucho, entendiéndole de inmediato—. No te conocemos de nada, jamás hemos oído de ti. Nuestro “trabajito” no tiene ninguna relación con la señorita Soler, ¿estamos?
—Bien —asintió Mónica—. Pero no es suficiente. Si en el peor de los casos todo se complica, ustedes dirán una sola cosa: Luciana Herrera.
Pronunció esas tres palabras con tal contundencia que los