Luciana solo inclinó la cabeza en señal de que lo había oído, sin contestar. Con mano temblorosa, empezó a rasurar la barba de Ricardo mientras las lágrimas brotaban sin control.
—Pedro ni siquiera ha llegado a tener barba… y tú ya… te fuiste…
Recordó que padre e hijo nunca lograron reconciliarse, y que Pedro ni siquiera sospechaba que aquel hombre —por quien donó parte de su hígado— era su verdadero padre.
En ese instante se preguntó si acaso estaba siendo demasiado indulgente con él, pero enseguida comprendió que su propio nacimiento cargaba con la mitad de la sangre de Ricardo, y ahora él se había ido… para salvarla. Solo por eso, todos esos años de indiferencia quedaron relegados a un segundo plano, casi sin importancia.
—Listo… —susurró Luciana al dejar la navaja de afeitar. Tomó un poco de crema, la frotó en sus palmas y luego se la aplicó con cuidado en el rostro de Ricardo.
Acto seguido, comenzó a vestirlo para su último adiós.
Cuando Alejandro regresó, encontró a Luciana salie