—¿Eh?
Clara se puso tensa de inmediato.
—¿Qué preguntas?
—¿No puedo preguntar? —Mónica ladeó la cabeza, notando que su madre ocultaba algo—. ¿De verdad no me estás escondiendo nada?
—¿Cómo crees? —respondió Clara, haciéndose la desentendida—. Solo perdí en unas partidas de cartas. Tal vez jugué demasiado alto un par de veces, nada más.
—¿De verdad?
—¡Claro! —Clara se exaltó—. ¿Qué pasa? ¿Ahora me interrogas? ¿No tengo derecho a distraerme?
—No… —Mónica suspiró. El cansancio la agobiaba—. Está bien, con tal de que no sea nada grave. Pero la próxima vez, sé sincera con papá. Tú misma lo dijiste: él ahora solo ve a Luciana y a Pedro. No le demos más motivos para ignorarnos.
—Sí, sí… —aceptó Clara con una sonrisa forzada—. Tú luces muy cansada, deja de preocuparte. Mejor descansa.
—Mmm… —Mónica la miró con resignación y cerró los ojos.
Clara contempló a su hija, tan vendada que apenas se distinguía su rostro, y soltó un hondo suspiro.
—Ojalá el especialista que trajo el señor Guzmán sirva