Capítulo 694
y Alejandro lo desautorizó de inmediato, argumentando que “no lo merecía”. ¿Y ahora era el mismo Alejandro quien insistía?

Al comprenderlo, la comisura de sus labios se curvó. Era más valiosa esa palabra que cualquier “señora Guzmán”.

Simón, sentado ya en el asiento del conductor, miró por el retrovisor y vio cómo Luciana sonreía. Al parecer, apreciaba ese apodo de “cuñada”.

Simón la llevó a su clase de yoga y, después de la sesión, la dejó de nuevo en su apartamento. Al salir del ascensor, Luciana notó mucho movimiento en el pasillo:

—¿Qué sucede? —pensó, viendo a los vecinos de al lado entrar y salir cargando cajas.

—Oh, señora Guzmán —la saludó la señora Brown, dueña de la casa contigua—. Sí, nos mudamos.

—¿En serio? ¿Tan de repente? —preguntó Luciana, sorprendida. Hacía apenas unos meses que eran vecinos.

—Nos ofrecieron un buen precio por la vivienda. Era una oportunidad que no podía rechazar, ¿no cree? —explicó la mujer con una sonrisa—. Bueno, disculpe, debo seguir empacando.

—C
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