La sola idea le resultó incómoda a Luciana. Con el dinero que él tenía, seguramente podría contratar a alguien que le preparara el remedio en la puerta de su oficina.
—Tal vez me extralimité… —murmuró, avergonzada.
Pero Alejandro enarcó las cejas al notar que Luciana volvía a cambiar de idea. Fingió molestarse:
—No me parece justo que te retractes tan rápido después de prometerlo.
—¿Eh? —Luciana se quedó pasmada. ¿Quería que lo hiciera o no?
—A lo que me refiero… —dijo él, con una mueca de diversión—. Es que sería muy pesado para Simón traer y llevar el remedio a cada rato. Mejor vengo yo.
—¿Tú…? ¿Tres veces al día? ¿No es peor? —preguntó Luciana, sorprendida.
—Si no me equivoco, en la medicina tradicional siempre dicen que el remedio recién hecho tiene más potencia —argumentó Alejandro con las cejas alzadas—. ¿Verdad?
—Sí, eso es cierto —admitió ella—. Pero, si vienes en auto, no es mucho el retraso. ¿No crees que es un fastidio estar yendo y viniendo?
—No pasa nada —insistió él, impe