El departamento de Tomás estaba en la planta baja, con un pequeño jardín repleto de hierbas y flores medicinales.
Tocaron el timbre y la empleada de la casa salió a abrir.
—¿Ustedes son los alumnos del doctor? Adelante, por favor.
—Gracias.
Tomás tenía la tarde libre y acababa de echarse una pequeña siesta.
—Tomás, ¿cómo ha estado últimamente? —saludó Luciana con respeto.
—Muy bien —respondió, sentado mientras sorbía un té—. ¡Luciana! Entonces, ¿tú eres su esposo? —añadió, dirigiéndose a Alejandro.
Era sabido en Muonio que Luciana y Alejandro estaban casados, aunque ella no lo fuera pregonando.
—Sí, así es.
—Venga, tomen asiento —invitó Tomás, señalando las sillas frente a él. Alejandro obedeció y se sentó.
—Extiende el brazo para que Tomás te tome el pulso —indicó Luciana, apuntando al antebrazo de Alejandro.
—Claro, muchas gracias por atenderme, doctor —dijo él, colocando el brazo sobre la mesa.
Tomás cerró los ojos y se concentró, como si contuviera la respiración mientras palpaba c