La recuperación de Pedro avanzó rápido; la misma noche de la operación ya había recuperado la conciencia. Al día siguiente, cuando Luciana fue a visitarlo, él la saludó con un gesto desde detrás del cristal de la sala de aislamiento, moviendo los labios para decir: “Hermana”.
Luciana le devolvió una sonrisa radiante, levantando el pulgar.
—¡Pedro, eres increíble!
Haber podido donar parte de su hígado ya era digno de admiración, pero salir del quirófano sin contratiempos era un logro aún mayor. El chico se sonrojó tímidamente.
Al mediodía, tras cumplirse las primeras 24 horas, los médicos autorizaron el traslado de Pedro a una habitación VIP en la unidad de hepatología. Una vez instalado, los hermanos pudieron verse cara a cara.
Luciana le sujetó la mano y le acarició la mejilla:
—Pedro, ahora lo más importante es que descanses. Si necesitas algo, lo que sea, dímelo. Estos días me quedaré en el hospital contigo.
—¿De verdad? ¡Genial! —Los ojos del chico brillaron de entusiasmo, aunque a