Pero Luciana no se quedaba quieta en su regazo, retorciéndose con incomodidad.
—Hmpf… —murmuró él, con una risa apenas audible—. ¿Otra vez quieres deshacerte de mí después de que te ayudo? ¿Tan fácil crees que es mandarme a volar?
—¿Deshacerme de ti? —repitió Luciana, confundida. ¿Por qué ese comentario? Aunque, sí era cierto que él le había aliviado el calambre.
—¿Entonces qué pretendes? —dijo con un ligero malestar en la voz.
Alejandro la rodeó con un brazo y comenzó a masajearle con el otro.
—Solo intento ayudarte… ¿Te sientes mejor así?
Ella apretó los labios y acabó asintiendo en voz baja:
—…Sí, gracias.
—Un gusto servirte —murmuró él con suavidad. Al ver que ella recuperaba algo de color en el rostro, la ayudó a recostarse sobre la cama y le secó un poco el sudor de la frente—. Lávate la cara y sal para que desayunemos, ¿sí?
—Está bien… —accedió Luciana. Pero en ese momento notó algo—. ¿Y tu cara? ¿Qué te pasó?
En la mejilla de Alejandro se veía un corte de al menos un centímetro