—Gracias.
El mesero se acercó, ofreciéndoles el menú. Ricardo pidió varios platos que sabía que a Luciana le gustaban.
—¿Te parece suficiente?
—Sí, con eso basta.
Para Ricardo, que su hija lo hubiera invitado a comer era toda una sorpresa y lo entusiasmaba. Mientras tanto, él no dejaba de hacerle preguntas:
—¿Cómo has estado? ¿Y el bebé?
—Bien. —Luciana respondía con monosílabos, sin demasiada intención de hablar sobre el tema.
Entre los comentarios y preguntas de Ricardo, ella empezaba a perder la paciencia. De pronto, se decidió a ir al grano:
—Sobre la donación de hígado, hablaré con Pedro.
—¿Qué…? —Ricardo abrió los ojos con asombro, y su expresión parecía a punto de romperse en mil pedazos—. ¿Qué dijiste?
Luciana no repitió sus palabras porque sabía que él había escuchado perfectamente.
—Pero quiero que prometas una cosa.
—Luciana…
Ella se apresuró a continuar, temiendo que si dudaba un segundo, se arrepentiría. Lo miró con determinación.
—No le diré a Pedro quién eres en realidad