Hacia las cinco o seis de la tarde comenzó a llover. Alejandro salió del ascensor con gesto serio: los resultados de los últimos exámenes de Mónica no habían sido favorables. Al llegar a la salida, distinguió a Luciana refugiada bajo el alero. Dedujo que no traía paraguas y se había quedado esperando a que dejara de llover.
Dudó un segundo y se acercó a ella.
—¿Sin paraguas?
Al oírlo, Luciana levantó la mirada y asintió con una sonrisa.
—Eso parece.
—¿Te diriges a tu departamento?
—Sí.
—Está lloviendo muy fuerte; puedo acercarte.
Su auto estaba en el estacionamiento subterráneo. Si Luciana lo acompañaba, no se mojaría.
—No hace falta —rehusó ella.
El semblante de Alejandro se endureció un poco, algo contrariado.
—¿Por qué no? ¿Por ser yo? Todavía no soy tu exesposo, ¿no? Solo te ofrezco llevarte; ¿qué problema hay?
—No es eso… —Luciana suspiró, sintiéndose algo injustamente acusada. Levantó su celular para mostrarlo—. Ya llamé a Martina y viene a recogerme.
“¿En serio?”, pensó Alejandr