La escena tomó a Luciana por sorpresa, dejándola sin saber cómo reaccionar.
—Señora Domínguez, ¿por qué hace esto? —preguntó, incrédula.
—¡Sí, exactamente! —intervino Amy, la empleada, quien ya era de cierta edad y se había asustado con la reacción de Victoria, además de sentirse algo indignada—. Señora Domínguez, nuestra señora aún es muy joven, ¿cómo se atreve a llegar a estos extremos? ¡Va a provocarle un disgusto!
—N-no fue mi intención… —murmuró Victoria, negando con la cabeza llena de confusión.
—¡Entonces póngase de pie, por favor! —insistió Amy, molesta—. Es medianoche, llegan llorando y de rodillas… ¿a qué quieren asustarnos?
—Sí, está bien… —Diego ayudó a Victoria a incorporarse y ella, de inmediato, tomó las manos de Luciana con fuerza.
—Luciana, perdóname si te he atemorizado. Es que estoy desesperada, ya no sé qué más hacer… ¡Por favor, sálvalo! ¡Salva a Fernando!
—¿Salvarlo de qué? —preguntó Luciana, cada vez más confusa.
Victoria dejó escapar un torrente de lágrimas ante