Terminado el intercambio de contactos, Alejandro se dirigió al pasillo de los elevadores.—Buen día, señor Guzmán —dijo Rosa, siguiendo su andar con la mirada mientras cerraba su puño con nerviosismo, sintiendo cómo el corazón se le aceleraba.En la zona de elevadores, la puerta se abrió y Mónica salió despacio, apoyada en la enfermera. Al verla, el ceño de Alejandro se frunció:—Mónica, ¿qué haces aquí?No quería mostrar su enojo directamente con ella, así que dirigió una mirada severa a la enfermera:—¿Así cumples con tu trabajo? ¿Te sobra el puesto?—¡Alex! —Mónica se apresuró a tomarlo del brazo—. No la regañes; insistí en que me trajera.Alejandro no dijo nada, pero dedujo que, seguramente, Clara ya habría hablado con Mónica sobre lo ocurrido. Y, efectivamente, Mónica tomó la iniciativa. Sus ojos estaban enrojecidos:—No sé cómo explicarte todo lo de mi familia. Como hija, no me corresponde juzgar a mis padres… ni definir quién tiene la razón.Él guardó silencio, impasible. Mónica
—¿De qué se trata? —preguntó él, con el corazón encogido por la tensión, sintiendo un nudo en el estómago.Mónica lanzó un suspiro tembloroso, como si revelara un secreto largamente guardado:—Alex, Luciana… en realidad no te ama.—¿Qué? —La expresión de Alejandro se endureció de inmediato; sus ojos se abrieron desmesuradamente.—¿Por qué dices eso? —inquirió, intentando no sonar desesperado, aunque el tono de su voz lo traicionaba.Mónica pudo ver con claridad lo mucho que lo afectaba aquella frase… Él estaba herido.—Alex… —musitó ella, con un dejo de frustración en su voz—. ¿De verdad te enamoraste de Luciana?Él no respondió, limitándose a recordar:—No contestaste lo que te pregunté hace un momento.Esa evasiva apretó el corazón de Mónica. Si las cosas estaban así, tendría que soltar la verdad completa, por más dolorosa que fuera.—Está bien, te lo explicaré. Luciana me odia a mí y a mis padres. Desde el principio sabía que tú y yo… éramos pareja, y decidió estar contigo para veng
Alejandro apenas podía imaginar lo que Luciana, tan joven, había vivido. Y lo peor era saber que todo se debía, en gran medida, a Ricardo.Lo más irónico era que él, en su momento, llegó a malinterpretarla una y otra vez, sin comprender la verdadera magnitud de lo que Ricardo había hecho. Porque, más allá de lo que Mónica pudiera o no exagerar, la realidad incuestionable era que Ricardo había fallado rotundamente como padre. No había protegido ni cuidado de sus dos hijos, al punto de convertirlos en completos extraños para él.Además…La preocupación más honda de Alejandro era la duda que Mónica había sembrado: ¿y si Luciana realmente lo usaba para vengarse?Recordó aquella etapa al principio de su matrimonio, cuando Luciana intentó divorciarse. En ese entonces, él se dio cuenta de que ella escondía algo, de que había un motivo detrás de esa urgencia por separarse. ¿Sería, acaso, toda esa rabia contenida que sentía hacia su familia?El simple hecho de imaginar que su relación pudiera b
Delio la invitó a acercarse con un ademán.—Luciana, te presento a Mario Rivera. Fue estudiante mío hace algún tiempo. Y, Mario, ella es Luciana Herrera, también mi alumna.—Mucho gusto, Luciana —dijo Mario, sonriendo de nuevo con una calidez que llamó de inmediato la atención de Luciana.—¡Mucho gusto, Mario! —respondió ella, sin poder disimular su emoción. Sus ojos brillaban con entusiasmo.Había escuchado varias historias sobre Mario Rivera: un verdadero genio de la medicina y el discípulo predilecto de Delio. Corría el rumor de que incluso desde su etapa de licenciatura había logrado participar como cirujano principal en una operación de corazón. No solo había hecho historia en la UCM, sino que su nombre ya resonaba en diversos círculos médicos.Luciana había oído de él desde antes de entrar a practicar en el hospital, pero en aquel entonces Mario se encontraba en el extranjero. Había pasado un año y, al fin, estaba de regreso. Ahora, por fin, podía conocer a la leyenda en persona.
Ya en la mitad del embarazo, su vientre empezaba a presionar la vejiga, y necesitaba levantarse un par de veces por noche. Cuando regresó, notó que el lado de la cama de Alejandro seguía vacío. Miró la hora: la una de la madrugada.Frunció el ceño. Si bien Alejandro tenía muchas reuniones sociales, desde que se casaron casi nunca se quedaba fuera hasta tan tarde. Se preguntó si debía llamarlo, y alcanzó a tomar su teléfono, pero terminó dejándolo a un lado.Se levantó y se dirigió al estudio. La puerta no estaba cerrada con llave y se veía una franja de luz que salía por la rendija. Salvo para la limpieza, nadie solía entrar allí sin permiso, así que era evidente que Alejandro estaba adentro.«¿Qué hace todavía despierto a esta hora?», pensó Luciana, mientras giraba con cuidado la perilla y abría la puerta.Bajo la luz cálida de la lámpara, Alejandro descansaba en el sofá, aparentemente dormido. Sobre la mesita auxiliar se veían una botella de vino tinto vacía y una copa. Al acercarse,
Con ese voto de confianza, la leve sonrisa de Luciana se desdibujó. Lo miró de frente y respondió, despacio y con absoluta claridad:—De acuerdo. Seré sincera. Acepté casarme contigo —bajo aquel contrato— por dinero, para costear el tratamiento de Pedro. Luego, cuando descubrí que eras el novio de Mónica, me negué a divorciarme para vengarme de ella, de toda su familia. Ésa… —pausó, dejando escapar un suspiro— es la razón.Las palabras retumbaron en la cabeza de Alejandro, que quedó aturdido. ¡Así que todo se debía a la venganza! De pronto, recordó la vez en que lo apuñalaron y acabó en el hospital; cómo Luciana había dicho que podía amar a quien quisiera, que le daba igual. Muchas cosas empezaban a encajar.Entonces, ¿qué había de esas sensaciones que él interpretó como cariño sincero por parte de Luciana? ¿Había sido un engaño diseñado para hacerlo creer que lo quería, mientras preparaba su revancha? Le aterraba profundizar en esa idea. Se limitó a esbozar una leve sonrisa, con el ce
Ya una vez había ocurrido… y ella temía que volviera a suceder.Además, le dolía el pecho de nuevo. Se sentía sofocada. Temiendo un desmayo, regresó a su habitación y se recostó, pero no pudo conciliar el sueño. Aquellas palabras que había soltado seguían dando vueltas en su cabeza: «Acepté quedarme en ese matrimonio para vengarme…».En la oscuridad, Luciana se presionó el pecho y musitó:—Pero después… ya no pude mantenerme firme.Se había enamorado, y para colmo, de la persona equivocada. Se había tejido su propia trampa.Esa noche, Alejandro no regresó a la habitación. A la mañana siguiente, Luciana bajó a la cocina a desayunar, sin rastro de él por ningún lado. Al parecer, había salido temprano hacia la empresa. «¿Tan temprano, con la resaca que debía de tener?», pensó. «Vaya resistencia física.»Después de suspirar un par de veces, se puso la mochila al hombro y salió. Simón, como de costumbre, ya la esperaba para llevarla.—Luciana… —dijo él en un momento, mirándola con preocupac
—Fernando.—Luciana —dijo él con una ligera sonrisa, más rápido que ella para saludar—. Cuánto tiempo sin vernos.—Sí… Ha pasado un buen rato —respondió Luciana, aun sabiendo que, en realidad, no había sido tanto.Sin embargo, el cambio en Fernando era evidente. Cada vez que lo volvía a encontrar desde que terminaron, lo notaba más delgado. A Luciana se le revolvían las emociones al verlo así; no encontraba palabras para describir ese nudo en la garganta.—¿Qué haces aquí? —preguntó, tratando de sonar casual.Fernando se encogió de hombros con la misma sonrisa tranquila de siempre y miró de reojo a Lorenzo.—El doctor Lorenzo Manzano es amigo mío, vine a saludarlo, pero ya me voy.¿De verdad era solo eso? Luciana supuso que había más detrás de su visita, pero decidió no confrontarlo.—Entonces… ¿te acompaño a la salida?—Claro —aceptó Fernando.Conversaron brevemente mientras salían de la estancia. Luciana notó que él desviaba la mirada de vez en cuando hacia su vientre.—Te ha crecido