Justo antes de que diera un paso, Ricardo exclamó con apremio y arrepentimiento:
—¡Luciana! ¡Fue error mío! ¡Soy yo el que te falló!
Papá...
El cuerpo de Luciana se tensó de golpe. Cerró los ojos, y de inmediato unas lágrimas rodaron veloces por sus mejillas.
—¡Ricardo! —exclamó Clara, asustada. Lo tomó del brazo, desesperada—. ¿Qué demonios dices? ¡Vámonos ya!
—¡Suéltame! —Ricardo se zafó de un tirón, soltando una risa amarga—. Hace un momento te pedí que te fueras y no quisiste. ¿Ahora sí quieres huir? ¡Muy tarde!
—Señor Guzmán… —Ricardo se volvió hacia Alejandro, mirándolo de frente y pronunciando con absoluta claridad—: Luciana es mi hija. Mi hija de sangre, fruto de mi primer matrimonio. Su madre… fue mi esposa legítima.
Al oír esto, un silencio radical se extendió entre los presentes, todos estupefactos. ¿No se trataba de una relación clandestina, sino de un lazo padre-hija? Entonces la que estaba armando lío… era la madrastra.
Tras un breve mutismo, el murmullo de la multitud vo