Terminado el intercambio de contactos, Alejandro se dirigió al pasillo de los elevadores.
—Buen día, señor Guzmán —dijo Rosa, siguiendo su andar con la mirada mientras cerraba su puño con nerviosismo, sintiendo cómo el corazón se le aceleraba.
En la zona de elevadores, la puerta se abrió y Mónica salió despacio, apoyada en la enfermera. Al verla, el ceño de Alejandro se frunció:
—Mónica, ¿qué haces aquí?
No quería mostrar su enojo directamente con ella, así que dirigió una mirada severa a la enfermera:
—¿Así cumples con tu trabajo? ¿Te sobra el puesto?
—¡Alex! —Mónica se apresuró a tomarlo del brazo—. No la regañes; insistí en que me trajera.
Alejandro no dijo nada, pero dedujo que, seguramente, Clara ya habría hablado con Mónica sobre lo ocurrido. Y, efectivamente, Mónica tomó la iniciativa. Sus ojos estaban enrojecidos:
—No sé cómo explicarte todo lo de mi familia. Como hija, no me corresponde juzgar a mis padres… ni definir quién tiene la razón.
Él guardó silencio, impasible. Mónica