—¿Eh? —exclamó Luciana, sorprendida. Ella no sabía nada del asunto.
—Se nota que se preocupa por ti —comentó Fernando con calma—. Tienes que apreciarlo. Cuida lo que tienes.
—Tú también… —contestó ella, recordando algo de pronto—. Oye, ayer, ¿fuiste a la clínica por algún malestar? ¿Te sentías mal?
En ese instante, Fernando pareció quedarse helado, aunque enseguida recompuso la expresión con una mueca de normalidad.
—No, nada grave. Solo quería encargar vitaminas, ya sabes.
«¿Vitaminas?» Luciana evocó la ocasión en que él tenía pastillas para dormir. «¿Habrá sido un error de mi parte?» pensó.
—Bueno, descansa. Volveré pronto para ver cómo sigues.
—Está bien.
Apenas salieron de la habitación, Alejandro se levantó del sofá y caminó tras Luciana. Una vez en el pasillo, ella lo miró con un atisbo de duda:
—Gracias… —musitó.
—¿Y eso? —preguntó él, con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Otra vez con palabras que no me gustan?
Él también había escuchado cómo Fernando mencionaba el proyecto. Aunq