—¿Sabes? Te admiro: no te rindes, ¿verdad?
Ricardo, confundido, se quedó callado, mientras Luciana lo taladraba con la mirada.
—¿Crees que si vienes con tu “táctica de la ternura” y me regalas la casa, además de dinero, voy a ablandarme y voluntariamente ofrecerte mi hígado?
—No es así… yo no pretendía…
—¡Cállate! —soltó ella, poniéndose de pie. No quiso alzar demasiado la voz porque había gente alrededor, pero sus ojos se encendieron de rabia mientras luchaba por mantener la compostura—. No me trago ni una sola de tus palabras. Si piensas que voy a donarte mi hígado, olvídalo. ¡Eso jamás sucederá!
Llevó instintivamente una mano a su vientre. Debido a que aún no estaba muy grande y vestía una falda suelta, no se notaba demasiado… hasta que acomodó la tela y dejó ver, claramente, su ligera pero innegable pancita.
—¿Q-qué…? —murmuró Ricardo, boquiabierto—. Luciana, tú…
—Sí, ya lo viste —replicó ella con una sonrisa helada—. Estoy embarazada. Olvídate de que haga esa cirugía. Ni aunque qu