Se preparó, combinando desayuno y almuerzo en una sola comida, y luego tomó su bolso para salir.
Al abrir la puerta, se encontró con Simón, que la recibió con una amplia sonrisa:
—Luciana, buenos días. Alejandro me pidió acompañarte siempre que salgas.
Simón alzó los hombros con gesto divertido:
—Tú no te preocupes; piensa en mí como en un chofer. Salvo que necesites algo, me mantendré apartado.
Como Luciana ya lo sabía por Alejandro, le sonrió:
—Gracias. Será un gran favor.
—De nada. Sube al auto —invitó Simón.
—Está bien.
Al llegar al hospital, Luciana se dirigió al área de consulta externa para cubrir el turno de Delio. Durante dos horas no paró ni un segundo, ni siquiera para beber agua. Terminó de atender a un paciente, imprimió la receta y se la entregó:
—Vuelva en la fecha indicada para su control.
—Gracias, doctora.
—Siguiente…
La puerta se abrió y entró un grupo de personas de golpe.
—¿Qué sucede? —protestó Luciana, desconcertada—. Pase solamente el paciente con un acompañante