Alzó la vista hacia Luciana, que, al notar su gesto, lo fulminó con la mirada:
—¿Por qué me miras? No pretenderás que sea yo quien la bañe, ¿no? Es tu asunto, no el mío.
—No digas tonterías, no es lo que pretendía —bufó él, con el ceño fruncido.
Luciana esbozó una sonrisa desdeñosa. Sabía que Alejandro y Mónica, en el pasado, habían compartido más de un momento íntimo; ¿por qué fingir ahora? Sintió un nudo en el estómago, sacudió la cabeza y frunció el ceño con disgusto.
—Luciana —dijo de pronto Alejandro, señalando la mesita de centro—. ¿Puedes pasarme el teléfono?
Se preguntó para qué lo querría. Sin embargo, como estaba irritada y no tenía ganas de indagar, se limitó a alcanzárselo. Alejandro marcó un número.
—Soy yo. Sí, ya sé que no es parte de tus funciones, pero te pagaré un extra.
Luciana, a su lado, lo escuchaba con curiosidad. Muy pronto salió de dudas: sonó el timbre y, cuando abrió la puerta, vio a Balma Lozano, la cuidadora de Pedro.
—Señora Guzmán —saludó Balma—. El señor