—Mónica —Alejandro alcanzó a sujetarla del brazo, evitando que se abrazara a él—. Aquí no.
—¿Me… me estás rechazando? —preguntó ella, incrédula, con un gesto herido en el rostro.
Con un suspiro, Alejandro negó despacio y se lo explicó con voz contenida:
—Mónica, esta es mi habitación de bodas.
—¿Tu…? —Mónica reaccionó, encogiendo los hombros con un ligero temblor, al tiempo que dirigía la vista hacia la puerta del baño, donde podía ver a Luciana, unos pasos más allá.
En un parpadeo, comprendió: estaban en el Hotel Minia, donde dentro de dos días se celebraría la boda de Alejandro y Luciana. El golpe de realidad le hizo brotar más lágrimas.
Con movimientos torpes, se incorporó y se secó los ojos como pudo.
—Debo… debo irme —farfulló, sin levantar la cabeza, y se encaminó apresuradamente hacia la salida.
No tardó ni dos pasos en perder el equilibrio.
—¡Mónica! —exclamó Alejandro, que logró sujetarla a tiempo, frunciendo el ceño ante su deplorable estado—. Es muy tarde y sigue lloviendo s