El calor ya empezaba a sentirse. Luciana bajó con Alba; cuando se lavaban las manos para cenar, afuera todavía estaba claro.
—Siento que ni siquiera es de noche —murmuró Luciana.
—¡Mamá!
—¿Mm?
Alba se tocó la pancita y se dio unas palmaditas con solemnidad.
—¡A mí sí me cabe! ¡Tengo hambre! ¡Yo sí puedo comer!
Luciana no aguantó la risa y le acarició la cara.
—¡Ya vi, princesita! ¡A comer en tres, dos, uno!
En el comedor, Alejandro Guzmán ya les había servido. Ese día había llegado temprano y se puso a cocinar.
Luciana tomó su tazón y pasó un poco de arroz al de Alejandro.
—Es demasiado. No me lo voy a acabar.
—Tú… —Alejandro negó, entre resignado y tierno—. Seguro te llenaste de botanas en la tarde, ¿verdad?
La había calado. Luciana no se defendió. Miró a Alba, que comía con devoción.
—Comimos lo mismo. ¿Por qué a ella no le afecta?
—Porque ella es “nueva”, el motor va a mil —replicó Alejandro divertido.
Aun así, se terminó lo que le dejó.
—No menos que eso —le advirtió—. Si no, a med