No tuvieron que hacerse cargo de nada: ni siquiera Alba los necesitó.
Su tío Kevin, orgulloso del título, la llevó a correr por toda la hacienda.
La vez anterior que habían venido a Toronto era pleno invierno; ahora, con la primavera en flor, el jardín se veía precioso, perfecto para que los niños jugaran. Para abril el clima entraría en verano y se extendería hasta octubre: la hacienda quedaría como pintada al óleo.
Lucy Pinto propuso entonces:
—Luci, ¿y si hacen aquí su reunión?
Mientras lo decía, más sentido le encontraba.
—Aquí hay espacio de sobra. Igual pueden invitar a familia y amigos cercanos, y todos caben sin problema. Pedro está cerca; traerlo sería sencillo. Es una oportunidad para que ustedes dos, hermanos, convivan en serio.
A Luciana la seducía la idea: una reunión en una hacienda centenaria tenía ambiente y “ritual” de sobra. Pero ni ella ni Alejandro lo habían pensado antes.
—Yo… —Luciana miró a Alejandro.
—Lo que tú decidas —dijo él—. Te sigo.
Luciana no decidió en e