—Está bien, ya me contó —dijo Luciana cuando volvió de la llamada.
Alejandro estaba de espaldas, callado, haciéndose el ofendido para que lo apapacharan.
—Ale… —susurró ella, tumbándose a su lado.
Él no contestó ni abrió los ojos.
—No te enojes —Luciana se acurrucó en su abrazo, le alzó la cara y lo besó—. No seas así, amor… cariño…
Alargó la última sílaba, traviesa y dulce. Alejandro no resistía cuando ella se ponía así: la sujetó de un brazo y la metió bajo las cobijas; sin más palabras, le tapó la boca con un beso.
—Cariño… —alcanzó a decir una vez más, y Alejandro ya no se detuvo.
Cuando terminaron, se ducharon. Él la cargó de regreso a la cama y le acercó un vaso de agua. Luciana abrió por fin los ojos, ya con la cabeza más clara.
Habló ronquita:
—Con tu alboroto, casi se me olvida lo que me pidió Marti.
Satisfecho y de buen humor, Alejandro se dispuso a escuchar:
—¿Y bien? ¿Qué pasó? ¿En qué ayudo?
—No es por Martina. Es por Marc —Luciana se giró y le contó, con detalle, lo de la