Martina y Marc se miraron con dudas. Salvador lo notó al vuelo, y entendió por qué.
Después de tantas idas y vueltas entre él y Martina, a ella le había costado soltarse para empezar una vida nueva. Que no quisieran volver a cruzarse con Salvador era, literalmente, lo normal.
—Martina —dijo él, con una amargura que no se le notó en la voz—. Aunque hoy viniera Alejandro, terminaría pidiéndomelo a mí. Él solo sería el mensajero.
El subtexto era claro: aunque no se vieran, el favor quedaría igual en deuda.
—Si vengo yo, se ahorra un paso y me entero de todo al detalle. ¿No es mejor? —Y, al verla callada, preguntó sin rodeos—: ¿Vas a dejar a Marc a su suerte… solo porque te caigo mal?
—¡No! —Martina negó con prisa. Pensó que algo no sonaba bien—. Y no te tengo mala voluntad.
Habían firmado un divorcio en paz; “odio” no era la palabra. Además, después él la había cuidado con esmero.
Al verla tan seria, a Salvador se le aflojaron los labios en una media sonrisa.
—Entendido. ¿Entonces me ocup