Martina buscó a Salvador con la mirada, pidiéndole ayuda.
—¿Quién es?
Salvador ya se había puesto de pie; no le soltó la mano y sonrió a la visitante.
—Estella.
La que había entrado era Estella Moretti.
—Salvador. Martina —saludó ella, con una leve inclinación.
Salvador bajó la voz para explicarle a Martina:
—Se llama Estella. ¿Te suena? Es amiga nuestra.
—Perdón —dijo Martina, esforzándose por sonreír—. Estoy enferma… olvidé muchas cosas.
—No pasa nada —Estella no se ofendió; solo se quedó un instante sorprendida.
—Invítala a sentarse —pidió Martina.
—Claro. —Salvador acercó una silla—. Siéntate, Estella.
—Gracias, pero no. —Ella negó con la cabeza, dejó una canasta de frutas y un ramo—. Supe que Martina estaba enferma y quise pasar a verla. Me retiro.
—De acuerdo. Gracias por venir —respondió Salvador.
—No hay de qué.
Estella los observó en silencio: tan cerca, tan en confianza. A veces las palabras no alcanzaban; entre ellos había una entrega serena, un “estamos” que no siempre se e