—Pero...
Laura estuvo a punto de decirlo en voz alta: “pero ustedes ya están divorciados; tú ya no eres el esposo de Martina”. Se contuvo a tiempo.
—¿Pero qué? —Martina se adelantó antes que Salvador, cortó a su madre y la miró con los ojos vidriosos—. ¿Qué de lo que dijo está mal? —le apretó la mano a Salvador—. Si él no quiere que me las ponga, no me obligues. Al final el que está conmigo es él.
Laura no sabía si reír o llorar. A su hija, con tener a Salvador al lado, ya le alcanzaba para sentirse a salvo.
—Mamá —dijo él también—, déjemelo a mí. Tengo fuerza; puedo con esto.
Lo que no dijo en voz alta fue que no pensaba forzarla en nada.
—Está bien —cedió Laura, entre resignada y conmovida—. Si los dos están de acuerdo, yo no voy a ser “la mala”.
Cuando Laura salió, Salvador se sentó en la orilla de la cama. Sostuvieron las manos y juntaron las frentes.
—¿No te fastidio? —Martina frunció la boca, con un poco de inseguridad.
—Señora Morán, así no se habla.
—¿Cómo que no?
—Porque me e