—Pff.
Salvador no pudo evitar reírse.
—Entonces estoy de suerte: mientras esta cara siga aquí, tú te quedas para siempre.
—¿Mm? ¡Mm! Se puede entender así. —Martina soltó una carcajada.
Él bajó la cabeza y apoyó su frente en la de ella.
—Yo lo sé —murmuró Martina—. Siempre has sido bueno conmigo, no me harías daño. Si puedo pasar más tiempo sola a tu lado, lo voy a hacer.
Al oírla, a Salvador se le humedecieron los ojos. Cerró un instante los párpados.
—Te voy a cuidar bien. Siempre, siempre.
—Anda, vuelve.
—Está bien.
Regresaron tomados de la mano, charlando de cualquier cosa.
—Si sigues sin volver al trabajo, ¿no nos vamos a quedar sin dinero para comer?
—No. Mis papás siguen aquí y, además, tengo cuatro hermanos mayores.
—Entonces ellos van a mantenernos, ¿no?
—Ajá.
—Entonces ya me quedo tranquila. —Rió.
—Hoy está precioso. ¿Sacamos a Regalo a caminar?
—Sí. Como tú digas.
***
Un mes después.
Cuando Martina se durmió, a Salvador le entró la llamada de Alejandro Guzmán.
—Salvador, ya