A Salvador se le ensombreció la mirada. Había pasado días enteros a su lado, cuidándola con esmero, ¿y eso era todo lo que recibía a cambio?
La rabia le subió de golpe; se inclinó y alzó en brazos a Martina.
—¡Salvador, suéltame! Yo no quiero ir contigo. ¿Te parece que esto tiene sentido?
Él bufó y soltó una risita fría, ignorando su forcejeo.
—Claro que tiene sentido. En algo no te equivocaste: aunque se trate de morir, solo vas a hacerlo a mi lado.
Martina se quedó helada y dejó de luchar.
La lancha atracó; él la bajó en brazos. Un auto ya los esperaba junto al camino y los llevó de regreso a la residencia.
Como su intento de fuga había sido descubierto, escapar otra vez era imposible. Martina, desesperada, decidió irse a lo extremo.
Salvador le puso enfrente la medicina que había hervido. Martina apartó el rostro.
—No la voy a tomar.
—Tómatela.
Frunció el ceño, cedió y se disculpó:
—En la lancha mi actitud fue la equivocada. No te enojes. Tómate la medicina.
Insistió un par de veces