—Está bien.
Al final Salvador aceptó y asintió, pero volvió a advertirle:
—Ponte el reloj con localizador. Si pasa algo, me marcas.
—Gracias —Martina sonrió de medio lado y se acomodó para salir.
—¡Marti! —la sujetó por la cintura—. ¿Así nada más me das las gracias? ¿Solo de palabra?
—¿Y cómo quieres que te agradezca?
—Aquí… —se señaló los labios—. Un beso, ¿sí?
Llevaban días sin más que abrazos. Ella vaciló, apretó los labios.
—Está bien.
Se acercó hasta rozarlo y, en el último segundo, torció el rostro y lo besó en la mejilla.
—¿Martina…?
—¡Ya me voy! —aprovechó para zafarse, tomó a Regalo en brazos y salió—. Vuelvo en un ratito.
Salvador soltó una risa resignada. Tantos días y apenas un beso en la cara… solo él aguantaba eso.
***
Martina apuró el paso con Regalo pegado al pecho. De la cocina salía un olor buenísimo. “Ni modo,” pensó, “esa comida no la voy a alcanzar.”
Tomó directo hacia el muelle. Ya lo tenía calculado: a esa hora salía la lancha que sacaba a la gente de la isla. Ap