El temporal seguía con viento y lluvia; no daba señales de irse.
Después del caldito con raviolitos, Martina quedó más que satisfecha. Buscó un cojín limpio y le armó a la perrita una camita improvisada.
—No podemos salir a comprar hoy —le acarició la cabeza—. Te debo un nido de verdad; con esto te vas arreglando, ¿sí?
—¡Guau…!
La cachorrita respondió bajito, como si entendiera.
—¿Qué dices, eh? —Martina le frotó el mentón.
—Dice “gracias” —rió Salvador.
—¿Sí? —ella siguió el juego—. De nada, chiquita.
Levantó la vista hacia él.
—Todavía no tiene nombre. No voy a llamarla “perrita” toda la vida. Hay que bautizarla.
—Ajá. Es tu perrita, ponle tú.
—¿Yo? —frunció el ceño, pensándolo en serio—. No se me ocurre… ¿tienes alguna idea?
Salvador meditó un segundo.
—¿Y si se llama Regalo?
—¿Regalo?
—Llegó de la nada, justo bajo nuestros arbustos, como un regalo del cielo. Y además, “Regalo” me recuerda a ti.
La combinación le encantó.
—Me gusta —asintió Martina, sonriendo—. Desde hoy te llamas R