Salvador se agachó a su lado y empezó a palmearle la espalda con suavidad.
Cuando Martina por fin dejó de vomitar, él le pasó unas toallitas para que se limpiara la boca y preguntó:
—¿Sientes que vas a volver a vomitar? ¿Quieres enjuagarte?
—Ajá.
Martina asintió. Salvador la incorporó de un brazo, la sostuvo contra su pecho y abrió la llave para que se enjuagara.
Con el sabor fuera de la boca, ella se sintió un poco mejor y le hizo una seña con la mano para que la soltara. Él, como si no hubiera entendido, siguió abrazándola.
—¿Dónde más te molesta? ¿Te duele la cabeza?
—No…
Martina parpadeó, cayó en cuenta y soltó una risita.
—¿Pensaste que me estaba dando un episodio?
—Martina —él frunció el ceño—. No tiene gracia. Con eso no se juega.
Tan serio la desarmó. Ella guardó la risa y se tocó el vientre.
—Hablando en serio, la cabeza no me duele. Es el estómago: lo siento apretado.
Decía la verdad.
—Creo que fue el pollo con mole de la noche. Comí de más.
Salvador apretó la boca.
—Te dije