Salvador se frotó el entrecejo, la siguió un par de pasos y la fue calmando:
—No es que te quite la comida. Si quieres, mañana le pido a Teresa que lo haga otra vez. ¿Sí?
A duras penas, por fin logró contentarla.
Martina subió a bañarse. Cuando bajó y no lo vio, un olor a hierbas calientes llegó desde el corredor. Debía ser su medicina.
Siguió el aroma y lo encontró agachado en la galería exterior, concentrado frente a una olla.
¿Él mismo estaba preparando el remedio?
A esa hora Teresa ya se había ido.
Al oír sus pasos, Salvador alzó la vista y señaló un sillón de mimbre.
—Siéntate aquí. Corre aire y no te va a dar calor.
—Ajá.
Martina se acomodó, el mentón en la mano, mirándolo trabajar. Salvador sabía que era un hombre atractivo, pero estaba seguro de que ella no lo observaba por eso.
—¿En qué piensas?
—En por qué lo estás haciendo tú.
—Es herbolaria —explicó—. Teresa es cuidadosa, pero nunca ha hecho cocimientos. Eso de reducir tres tazas a una no se improvisa. Prefiero hacerlo yo,