De haberlo hecho, y enterarse hoy de que Luciana estaba libre, se habría querido arrancar el corazón.
La estrechó con fuerza, como si quisiera pegarla a su propia respiración.
Por fortuna, había estado lo bastante lúcido. Por fortuna, Fernando la soltó… y también se soltó a sí mismo. Visto así, el destino no había sido tan cruel.
Luciana notó su alegría muda; la compartió. Ya no hacían falta palabras. Habían caminado años en paralelo hasta llegar, por fin, al mismo punto.
Alejandro volvió a tomarle el rostro y la besó otra vez. Ella se puso de puntitas para alcanzarlo.
Grrr…
Él se detuvo en seco y parpadeó.
—¿Qué fue ese sonido?
—Nada, oíste mal —Luciana se encendió hasta las orejas.
—Para nada —apoyó la palma en su vientre, muy serio—. Doctora, su estómago acaba de protestar. ¿Diagnóstico?
—¡Eres insoportable! —le lanzó una mirada entre risas y enojo, y le pellizcó la mejilla—. ¡Por hablar de mí!
—¡Auxilio! —Alejandro fingió pánico y salió corriendo—. ¡Intento de homicidio!
—¡No corra