Balma llegó temprano con una olla de caldo de pollo con arroz bien cocido. El grano había soltado su almidón y el caldo se veía espeso y blanquecino. Traía aparte unas verduras cocidas y un poco de pollo deshebrado, todo comprado en un mercado latino de la zona.
Luciana probó primero.
—Sabe como a casa, como en Ciudad Muonio —dijo con alivio.
—Sí —asintió Balma, sonriendo—. Con lo global que está todo, ya se consigue lo que uno necesita en casi cualquier ciudad.
Luciana sirvió un tazón y se lo acercó a Pedro.
—Hermana, yo puedo solo —murmuró él, apenado.
—Ya lo sé —sonrió—, pero tienes la herida fresca. Si te jalas de más, a mí me va a doler.
Con eso, Pedrito dejó de resistirse, todavía con las mejillas encendidas.
—Está bien. Hago caso.
Mientras ella lo alimentaba, Alejandro entraba y salía haciendo llamadas; un par de veces se oyó la voz de Sergio López al otro lado.
Cuando Pedro terminó, Luciana le limpió la comisura de los labios. Alejandro volvió a la cabecera.
—Has estado a mil,