Capítulo 1557
En ese instante, el tiempo pareció detenerse, junto con el rumor de la calle.

Se quedaron abrazados en silencio, largo rato, hasta que Luciana tuvo que interrumpirlo.

—Ale… mi brazo —ya le dolía de sostener lo que traía.

—¡Oh! —Alejandro reaccionó de golpe, la soltó y le quitó lo que cargaba.

Ella había comprado un pollo en la feria; ya venía limpio, atado con una cuerda de ixtle.

—Balma me pidió que lo comprara para hacerle caldo a Pedrito —explicó Luciana.

—Lo sé —dijo Alejandro. Llevó el pollo en una mano y con la otra la tomó—. Llamé a Balma Lozano.

—Con razón… —intuyó Luciana—. Si no, no habrías dado con el edificio.

Caminaron hombro con hombro, callados, como si el aire entre ellos estuviera lleno de cosas por decir. Tras unos pasos, ella miró su mano enlazada con la de él y apretó los labios.

—¿Viniste a Vancouver por algo en especial?

—Luci… —Alejandro se detuvo. Aquello era evidente, pero había palabras que debían decirse mirándose a los ojos; por eso había cruzado medio mundo
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