—Luci.
Alejandro golpeó la puerta con un poco más de fuerza; temía que no lo hubiera oído si estaba dormida.
—Soy yo, Ale. Ábreme, por favor.
El ruido despertó a un vecino.
—¿Quién es? —gruñó al abrir—. Señor, está haciendo demasiado escándalo. ¡Cálmese o llamo a la policía!
—Disculpe —respondió Alejandro con cortesía.
Marcó de inmediato a Balma para preguntar si el departamento tenía teléfono fijo.
—¡Ay! —se lamentó ella—. Con la carrera se me olvidó decirle: le pedí a Luciana que fuera a la feria por un pollo. Perdón.
Alejandro soltó un suspiro incrédulo. “¿Y ese detalle tan importante se te pasa?”, pensó, pero solo dijo:
—Entendido, gracias.
Salió del edificio y caminó rápido hacia la feria. Al llegar, se encontró con un mar de gente: puestos atestados, voces cruzadas, cintas de colores ondeando, vapor de ollas y bolsas por todas partes. Alejandro se frotó el entrecejo. Hallarla ahí sería como buscar una aguja en un pajar. Aun así, se abrió paso. Si Luciana había venido por un pollo