—¿De qué te ríes?
A Salvador, la risa de Vicente le había parecido un alarde descarado: como si estuviera presumiendo que ahora entraba y salía de la vida de Martina con total libertad. Sí, estaba celoso.
¿Por qué él sí merecía una oportunidad y un perdón, y a él lo habían cortado en seco?
—¡Deja de reírte! —le habría arrancado esa sonrisa de la cara.
—Salvador —Vicente, como si lo obedeciera, dejó de sonreír de golpe y lo miró en frío—. Te equivocas. No me preocupa que veas a Marti. De verdad… no me preocupa nada.
Entrecerró los ojos y fue de frente:
—No me asusta decirlo: me gusta Martina.
Salvador se endureció. Lo sabía. Ese tipo no venía en son de paz.
—Pero… —a Vicente se le apagaron las ganas de seguir hablándole; incluso le nació un dejo de desprecio—. Tú no eres una amenaza. En serio.
Soltó una media risa, apartó la vista y se dio la vuelta. Se fue.
Salvador frunció el ceño. Aquello no cuadraba. ¿Solo había venido a advertirle? No. Había algo más… ¿qué era? No lograba agarrarlo