Lo peor había sido la impotencia: temía que a Martina no le quedara tiempo… y que a él tampoco.
—Bueno, ya —Martina le palmeó el hombro a Vicente y miró a Luciana—. Los tengo a ustedes; son como mis hermanos de otra madre y otro padre. —Soltó una risita—. Con ustedes aquí, voy a aguantar.
***
En la entrada, Salvador seguía dentro del auto, sin animarse a irse. Ni él sabía por qué. Era una terquedad sorda, inexplicable.
Entonces salió Vicente.
A Salvador se le afiló la mirada. Últimamente, ¿no andaban demasiado juntos él y Martina? ¿Estaban… juntos?
Vicente cerró el portón y estaba por subir a su coche cuando, de golpe, alzó la vista hacia la esquina.
Sacó las llaves… y caminó directo al auto de Salvador.
Salvador frunció el ceño. “¿Me vio?”
Lo confirmó en segundos: Vicente tocó el cristal.
Salvador no se hizo esperar; bajó la ventana y lo miró de lado.
—¿Algo?
—Bájate —dijo Vicente, serio, sin cortesías.
A Salvador le dio risa. ¿Venía a buscar pleito? Bien. También a él le molestaba el