Por la noche, Luciana le secaba el cabello a Martina y le ponía aceite para las puntas.
—Él no estará en Ciudad Muonio mañana ni pasado —dijo Martina, obediente en la silla, aún con la voz un poco nasal.
Luciana entendió al vuelo.
—Bien. Lo tengo. Yo organizo todo.
—Ajá —Martina sonrió y le apretó la mano—. Menos mal que te tengo.
Para que no hubiera tiempo de pensarlo de más, Luciana llamó de inmediato a la doctora Alondra Benítez.
—Claro, vengan al mediodía —aceptó ella con toda disposición. A esa hora descansaba; era un favor para Luciana.
—Gracias, doctora.
***
Al día siguiente, Ciudad Muonio amaneció igual de gris.
Aguanieve fina, frío que calaba.
Antes de salir, Luciana repasó el bolso grande:
—Manta, termo con agua tibia con panela, pañuelos, termómetro… todo.
Martina se rió.
—No es para tanto. Es un procedimiento pequeño.
—¿Pequeño? —Luciana le lanzó una mirada—. Para nosotras no hay procedimientos pequeños. Y en tu caso, el cuidado es como posparto: sin descuidos.
A Martina se