Martina tampoco esperaba vomitar justo ahora; de qué venía, era difícil decirlo.
Afuera, Ivana estaba hecha un mar de nervios.
—¿Y ahora qué hacemos?
En la puerta del baño, Salvador daba vueltas sin rumbo. ¿Qué hacía? Estaban en un hospital, con gente entrando y saliendo; no podía irrumpir así como así.
—Salvador.
No supo en qué momento Estella se acercó. Acababa de salir de quirófano: pálida, voz frágil. Miró hacia adentro y murmuró, culpable:
—Perdón… otra vez te metí en problemas.
Salvador quedó suspendido un segundo. ¿Qué podía decir? ¿Reprocharle? Él había aceptado venir; si había error, era suyo. Solo maldecía la “casualidad”: que Martina los encontrara… y con su mamá.
—Salvador —Estella se llevó una mano a la cintura—. Te veo ocupado. Me voy sola.
Se dio la vuelta. Había bajado de peso estos días; y hoy, recién operada, parecía a punto de desvanecerse.
Salvador dudó un instante.
—¡Estella!
—¿Sí? —ella se paró en seco, temblorosa—. ¿Salvador?
—Te pido un carro —dio dos pasos, vac