¿Cómo no iba a estar ansiosa? Esa semana, Salvador prácticamente se le pegó a la piel. Salía a la oficina lo justo y, en cuanto podía, regresaba temprano a casa para acompañarla.
Martina sentía que había algo de empeño en ese esmero. Como si él se repitiera: “mientras yo esté aquí, no nos vamos a separar”.
Pero a Martina la rondaba otra certeza: “lo nuestro no está hecho para durar”. Como si Dios ya hubiera jugado su carta cuando la enfermó.
Al despertar de la siesta, algo le sonó a alerta. Tomó el celular, abrió el calendario.
—Mi periodo… —susurró—. Está atrasadísimo.
Las menstruaciones a veces se desacomodan, sí. Pero para una mujer casada, un atraso así no suele ser buena señal.
“¿Y si…?”. Negó con la cabeza. No debería: siempre se habían cuidado.
Aun así, por prudencia, decidió confirmarlo. Le escribió por WhatsApp a una colega del hospital.
“Lo que tenga que pasar, pasará…”, pensó.
Al anochecer, como toda esa semana, Salvador cerró temprano para volver a casa. En la ruta hacia Ja