—Es justo ese tipo de idea. —Martina lo miró con flojera suave—. Suelta esa culpa. No cargues con el “te fallé”. Yo no te voy a reprochar nada.
Sonrió, bajito:
—Conmigo y con la familia Hernández has sido más que bueno. No te quedes con remordimientos. Yo lo que quiero es… que de verdad seas feliz.
Su calma sin gritos ni drama lo puso a temblar.
—Martina, créeme, yo jamás pensé…
—Piensa ahora. —Ella le atajó la frase—. Ahora sí puedes pensarlo. Te doy permiso. Quiero que lo pienses bien.
—Martina, yo…
—Debes quererla mucho —dijo ella, con los ojos un poco húmedos pero secos al fondo—. Si no la hubieras querido tanto, yo nunca habría sido tu esposa. Ahora ella es libre. Imagino que también se arrepintió. Tienes una oportunidad…
Antes de que él respondiera, Martina le cubrió la boca con la mano.
—No me contestes a la ligera. Puedes tenerme aquí, con escoltas vigilándome, no pasa nada. Yo espero… espero el día en que lo tengas claro.
—Martina.
Salvador apartó su mano con dedos temblorosos