El bullicio al otro lado del teléfono era claro: no estaba sola; se oían voces de hombres y mujeres.
—¿Estás afuera, con tus compañeros? —Salvador se tragó el mal humor y habló suave—. Ya es tarde. Voy por ti.
—¿Por mí? —Martina se sorprendió—. ¿Volviste?
En su tono había más asombro que alegría. A Salvador se le crispó algo por dentro, pero no lo dejó salir.
—Sí, ya estoy aquí. ¿Dónde estás?
—No hace falta… —ella quiso cuidarlo—. ¿Recién llegaste? El vuelo cansa. Duérmete temprano…
—¿Dónde. Estás? —la molestia se le filtró, lenta y densa—. Dije que voy por ti.
Martina alcanzó a sentir el filo. “Está molesto.” Cedió:
—Ok. Estoy en la zona de bares de Calle del Nopal.
—Voy en camino.
Colgó con la cara ensombrecida, tomó las llaves y volvió a salir.
***
De noche, la zona de bares de Calle del Nopal ardía. Al entrar, la música lo golpeó como ola: subgrave en el pecho, luces bajas. No vio primero a Martina: vio a Fernando.
—Señor Morán —Fernando se puso de pie.
Salvador inclinó apenas la c