—¿Mm? —Salvador apretó el brazo y la atrajo un poco más hacia su pecho; había un aviso silencioso en el gesto.
—Está bien —Martina tuvo que ceder. Les sonrió a los tres, pidiendo disculpas—. Me voy primero. La próxima yo invito.
—Va.
—Vayan, vayan.
Salvador la rodeó por la cintura y, al darse la vuelta, notó a Vicente: esos ojos parecían pegados a su esposa.
Afuera, ya en el auto, a Salvador se le cayó la máscara; el gesto, hundido. Condujo sin decir palabra. Martina le echó dos miradas de reojo: “¿Y ahora qué trae?” Al final, con el trajín del día, cabeceó y se durmió.
—Marti.
La despertó cuando llegaron al Residencial Jacarandá.
—¿Ya? —se frotó los ojos.
Estaba por bajar cuando oyó el tono cortante de Salvador:
—¿De veras no entiendes o te haces? Doctora Hernández tan lista… me vas a decir que te haces.
—¿Qué quieres decir? —el sueño se le fue; sonrió de medio lado—. Si tienes algo que decir, dilo. Sin indirectas.
—Perfecto. —Se soltó el cinturón y se inclinó hacia ella—. Estoy de ma