—Sí. —Vicente sonrió con amargura—. Pero, Fer, si te digo que de verdad no fue a propósito en ese momento… ¿me creerías?
—…No te sigo. Explícate —Fernando frunció el ceño.
—Heh… —al dolor de Vicente se le notaba en la cara—. Tenía miedo de perderla como amiga y por eso terminé aceptando salir con ella. No pensé qué venía después… Yo creí que solo éramos buenos amigos.
—¿Y ahora? —Fernando, impasible. Si hablaba tanto, era porque venía un giro.
—Ahora… —a Vicente la amargura se le subió a la lengua—. Hay personas y cosas que, cuando son tuyas, casi ni las sientes, piensas que es costumbre. Pero en cuanto las pierdes, entiendes que no tienen reemplazo.
Para él, Martina era esa irremplazable.
Fernando se atragantó y se rió, incrédulo.
—No me digas que apenas entendiste que lo tuyo por ella no era amistad, sino cosa de hombre y mujer.
—¿Soy muy tonto? —Vicente lo miró con ojos de cachorro.
—¡Tonto, y a lo grande! —Fernando ya no hallaba adjetivos—. ¿De verdad no sabías si te gustaba, si la