El rostro de Salvador se fue ensombreciendo.
—Marti…
Pero ella no había terminado.
—Quédate tranquilo: si algún día busco a otro, será después de divorciarnos. Por mucho que llegara a no quererte, jamás te sería infiel.
Intentó apartarlo con las manos.
—Quítate de—
Aquello lo encendió. Salvador le sujetó la muñeca con fuerza.
—¿Qué dijiste? ¿Que no te gusto? ¿Que vas a buscar a otro? Martina, ¿quién te dio permiso de decir eso?
“¿Qué…?” Ella se quedó pasmada. “Era un supuesto.”
—¡Estás loco! ¡Suéltame!
—¡No! —apretó más, con la mirada negra y crispada—. Escúchame: eres mi esposa y solo puedes quererme a mí. Mientras yo no te suelte, en esta vida no vas a estar con nadie más.
Martina tembló. “Está fuera de sí.”
—¡Suéltame!
Su resistencia lo picó.
—¿Adónde pretendes ir? ¿Quieres irte ahora mismo? —la jaló contra su pecho—. Nadie va a tratarte mejor que yo.
—¡Ah…!
El tirón le encendió el tobillo torcido. La punzada le arrancó un quejido; se le fue la sangre de la cara.
—Sal…va…
—¡Marti! —