En ese instante, a Salvador se le tensó todo el cuerpo.
—¿Quién habla?
—Hola. Te mando la ubicación exacta. Tu esposa tuvo un percance; ¿puedes venir a recogerla?
—Ah…
Por el teléfono se oyó la voz de Martina y, enseguida, el hombre hablando con ella:
—¿Estás bien? ¡No te muevas!
Esa breve conversación le dejó el corazón en la garganta.
—Voy para allá.
***
Siguió la ubicación y encontró a Martina en el puesto de salud de la alameda. Ella estaba en la sala de espera; frente a ella, en cuclillas, un joven le presionaba el tobillo con una botella de agua bien fría.
—¿Así te duele? Si duele, lo hago más suave —le decía en voz baja.
—No duele —sonrió Martina, negando con la cabeza.
El joven tenía en la mano una orden de pago.
—No sé cuándo llegue tu esposo. Si quieres, voy y pago yo en caja; luego me haces la transferencia y ya.
—Tienes razón. Entonces…
—No hace falta. —Salvador llegó en dos zancadas y los cortó con frialdad, empujando al joven a un lado. Sonrió por pura cortesía y le tendi