—¡Estella!
Salvador ya no podía con lo que veía. “Todo lo que pasó hace un minuto, ¿no lo viste?”, pensó. ¿Cómo bastaban dos frases de Renato para que ella se encogiera así?
—La equivocada no eres tú. Despierta. Confía en tu criterio, ¿sí?
—Yo… —Estella se quedó sin palabras. Quería, pero negó con la cabeza—. Salva, no puedo separarme de Renato. No puedo vivir sin él.
“¿Por qué?”, estuvo a punto de preguntar. “¿Qué tiene este hombre para que valga tanto?” Se tragó la pregunta. Era su vida. Los amigos aconsejan; no deciden.
—Está bien. Es tu decisión. —Se dio la vuelta.
—Salva. —Estella miró a Renato y habló en voz más baja—. No te vayas; solo un minuto.
Se acercó a él sin perder de vista a Renato, como temiendo que huyera.
—Salva, él… no quiere esto. Últimamente está… ahogado con el trabajo.
“¿Y eso le da derecho a lastimar?”, pensó Salvador. No dijo nada.
—Salva… —Estella se mordió el labio, dudó—. Sé que suena caradura. Pero, aparte de ti, no sé a quién pedirle. ¿Puedes… ayudar a Ren