—Ajá. —Antes de que terminara, Martina añadió—: Si no vas a regresar, al salir cierra bien la puerta, ¿sí? En una casa tan grande, si me quedo sola de noche, la verdad me da miedo.
—¿No regresar? —Salvador frunció más el ceño—. Si no vuelvo… ¿a dónde, según tú?
—¿Cómo que a dónde? —Martina no veía el problema—. Vas a salir a buscarlo, ¿no? No sabes cuánto tardas. Y si lo encuentras, seguro también vas a “defenderla”. Todo eso lleva tiempo.
—Cuando termines, ya va a ser tardísimo. Mejor ni entres al cuarto, me vas a asustar. —Se dio un golpecito en el pecho—. En plena madrugada, si entra alguien, ¿cómo voy a estar segura de que eres tú?
—Soy yo. Siempre soy yo. —Le tomó la mano y se le apretó el corazón—. Tranquila: la villa tiene buena seguridad; no entra ningún ladrón.
Le soltó la mano para acariciarle la mejilla.
—Ya es tarde. No te quedes en el teléfono. Duerme.
—Lo sé… —bufó, resignada.
—Me voy.
Salvador salió. Cuando la puerta se cerró, a Martina se le apagó la mirada. Dejó el cel