Salvador se quedó un segundo inmóvil. Probó de nuevo el picaporte: nada. La puerta estaba cerrada por dentro. Recordaba bien que, al salir, no había echado el seguro. ¿Martina lo puso sin querer… o a propósito?
“Recién casados, en plena luna de miel, con el marido en el pasillo.” Vaya cuadro.
Tuvo el impulso de tocar y despertarla, pero miró la hora. Era demasiado tarde. Mejor no. Al fin y al cabo, hoy había sido su culpa. Encontrarse a Estella fue casualidad, sí, pero todo lo que vino después había sido por un asunto de su gente.
Bajó.
No esperaba encontrar a Estella despierta. Apenas pisó la sala, oyó movimiento.
—Estella.
—¿Salva? —acababa de sacar una botella del bar—. No puedo dormir. Tomé prestada tu botella, ¿te molesta?
—Claro que no. —Frunció el ceño—. Pero es tarde; mañana te va a doler la cabeza.
—Ya me duele —sonrió con amargura—. Mañana que se arregle sola. —Sacó dos vasos—. ¿No duermes? Acompáñame con una.
—Está bien.
Se sentaron frente a frente en los sofás. Estella sirv